Carta a mi
madre en el infinito….
Madre, ¡quiero
hablarte de tantas cosas!
Tres años ha
que partiste, rumbo a lo desconocido, a lo que no se puede ver, ni comprender,
ni siquiera imaginar…¿Cómo es todo aquello? ¡Si pudieras contarme!
Pero es inútil
esforzarse en abrir las puertas de lo intangible.
He de imaginar
que un cartero misterioso te llevará esta carta… Y después de todo ¿Por qué no?
¿Acaso el amor no es capaz de realizar lo imposible?
Madre: ¿sabes
que cada día parece que te quisiera más?
Y es que,
antes, ansiaba y añoraba solamente la
presencia tuya, tus caricias, tu ternura, y ahora añoro lo que menos conocí de ti:
tu vida interior, tu mundo espiritual.
Quisiera
preguntarte tantas cosas…
Tú sabes cómo está llena de “porqués” la vida, tú sabes cómo se anhela y
se sufre por ellos…
¿En qué creías
tú? ¿Cuál era tu ideal?
Quisiera ser
la continuación viviente de lo que fuiste. Quisiera realizar tus aspiraciones.
Porque yo tengo toda una vida por
delante. Toda mi juventud y toda mi fuerza pronta para la acción, y te conocí
noble como pocas.
Mi padre me
habla de ti como algo maravilloso…
A veces me da
rabia de esta impotencia de los vivos contra la muerte. ¡Si siquiera pudiéramos
luchar! ¡Y no es que yo desee vivir más de lo prefijado por el Destino, sino
que me parece cobarde eso de entregarse así nomás, fatalmente.
Dirás que me
he vuelto orgullosa y altanera. Si, y por ti.
Si me vuelvo
contra el destino, es porque ciego y cruel te quito de mi lado. ¡Que me importa lo que haga con
mi existencia!
¡Pero a ti no
debió tocarte!
Hay cosas
realmente incomprensibles en la vida.
¿Por qué ese misterio constante que a la vez
nos aplasta y nos incita?
¿Por qué ese
jugar del destino con nuestro dolor y nuestra alegría, ya desengañándonos el
corazón, ya llenándolo de plenitud y de
belleza? …
Madre estoy
llena de indecisión: ¿Qué camino debo tomar?
¿Por qué rumbo
dirigiré mi vida?
¡Hay tantas
cosas, nobles, bellas y grandes para hacer en el mundo!
Ni una ni dos
vidas, me alcanzarían para realizar todo lo que yo quiero.
Debo, pues,
reducir y concretar mis ideales para hacerlos posibles.
Debo, por así
decirlo, ponerlos dentro de la posibilidad de realización, según lo probable de
años que haya de vivir, claro está, descontando el factor desconocido de las
sorpresas que nos depara la vida.
¿Pero cómo? ¿Y
si me equivoco al separar las cosas que he de hacer de las que no he de hacer?
¡Si supieras
lo que ha de ocurrirme en el futuro!
Madre, estoy
llena de inquietud…
Voy a recordar
cómo eras conmigo en mis primeros años. Tal vez encuentre en aquellos felices
tiempos que pasaron, la luz necesaria para alumbrar el camino.
Me
condujisteis siempre por la senda del amor. Me enseñaste a amar los seres y las
cosas todas que me rodeaban:
En nuestra
casita del campo de Córdoba, “nuestro nidito”, o “nuestro rancho” como tú o papá solían
llamarla, la vida corría apacible y serena.
Jamás vi
perturbada la armonía del hogar. Todo era allí bueno, amable, pleno de sana
alegría, como los días de sol y el aire purísimo delas sierras…
Un hálito de
ternura lo envolvía todo. Hasta las cosas más humildes daban testimonio de
ello. En el cántaro de barro, donde el agua del manantial en los días
calurosos, había esta inscripción puesta por la mano de mi padre: “Para la
hermana agua”. Y debajo, las iniciales de nuestros tres nombres, unidos e
inseparables como nuestros tres corazones…
Y así todo.
Cuántas veces
habré besado las flores de nuestro jardín impulsada por esa dulcísima ternura.
Las veía
bellas, me encantaban, y así simplemente, como si me comprendiesen les
demostraba simpatía y admiración…
¿Te acuerdas,
madre, cuánto te rogaba porque me pillaras mariposas?
Las tomaba de
las alas con delicadeza exquisita, y las ponía entre las manos y, ante mis ojos
asombrados, con la condición de no tocarlas mucho y soltarlas enseguida…
Yo te
preguntaba por qué, anhelaba jugar con ellas largo rato.
Me respondiste:
“Suponte que viniese un gigante y me arrebatase para siempre de tu lado por
puro placer y curiosidad. ¿Te gustaría?”.
Y la pregunta
aquella no volvió a salir de mis labios nunca más.
Temblaba sólo
al imaginarme destrozando el hogar de la mariposa…
Así aprendí a
respetar por cariño y por convicción la libertad de los seres que me rodeaban,
aunque yo pudiera pasar fácilmente sobre ella sin que nadie me recriminase.
Más aún,
aunque debiera sacrificar mis deseos, en honor a ella.
¡Esta es una
norma de vida! ¡Y ahora la comprendo perfectamente Madre!
¡Si se
enseñara a todos los hombres desde pequeños a cumplir de esa manera los deberes
cívicos!
Entonces
habría paz, respeto y libertad verdadera… Y habría felicidad.
Suélenme a
veces entrar deseos de transformar al mundo. De extirpar de raíz, todas las
cosas vergonzosas e innobles que lo plagan. De enaltecer la verdad, la
sabiduría y el bien.
(Me pregunto
si será egoísmo este deseo de que todos miren por mis ojos)
Siento unas
alas inmensas dentro de mí, impacientes por tender el vuelo.
Alas fuertes y
blancas como jamás he visto…
Siento dentro
de mí, un ímpetu de vida y de triunfo sobrehumanos. ¡Hay fuego de heroísmo en
la sangre que corre por mis venas!...
A veces
trocase el ideal en cosa tranquila y de silencio. Hácese más personal (tal vez
más mezquino), pero más dulce. Me veo más pequeña. Me siento demasiado poca
cosa, demasiado débil para realizar mis ideales de titán, me digo: ¿Para qué
vivir para los demás, despreciar mis años mejores, si probablemente no agregaré
ninguna joya valiosa en el tesoro de las sabidurías o los bienes humanos? Viviré,
pues, para mí y para el círculo pequeño de seres que me rodean. No pretenderé
tanto, pero habrá más amor en mi vida, y más felicidad. Y por eso estoy llena
de zozobras, madre, por estas dos fuerzas contrarias que combaten en mi alma
sin descanso…
…Y dentro de
un año deberé elegir carrera universitaria…
Pero ahora, de
repente quien sabe por qué inspiración, veo claro y recuerdo esas palabras
tuyas:
“Reflexiona,
hija mía; yo te educo para la superioridad, no para la igualdad. Y si me
comprendes bien y me oyes, aun cuando mi espíritu haya vuelto al lugar de donde
ha salido, tú procurarás estar por encima de todos. Por todos los medios a tu
alcance, por sobre todo aquello que es común y ordinario. Que ninguno vaya
delante de ti en lo justiciero, noble, generoso, valiente, leal y magnánimo…No
te dejes poner el pie adelante. Ejerciendo la más estrecha disciplina,
espiritual y físicamente, se hace aun cuando sea con fatiga, los caminos de las
cumbres más empinadas. Te he dado toda mi vida, todo mi tiempo, y todo mi amor,
para que tú seas mejor que yo y que tu padre, si es posible”.
Madre, ya se
que camino seguir…
Leonor Buffo Allende