Mientras llevaba a cabo la construcción de la Cripta Familiar – Capilla Buffo, Guido fue tomando medidas, realizaba, anotaciones, las trasladaba a diversos croquis y planos para observar la manera en que el sol penetraba por las luceras, para calcular matemáticamente y con exactitud, que el día 6 de septiembre, aniversario del fallecimiento de su hija, entre las 12 y 13 PM, el sol iluminara el rostro de Eleonora en el Panel del Elogio a la Imaginación…
Incluso hay quienes han señalado que no sólo esa luz impacta en su rostro, sino que por momentos se traslada hacia un sector de su cabeza para activar la glándula pineal…
¿Qué lograría Guido con este acto premeditado y trascendente?...
Abrir un portal hacia la energía Universal y esencia divina, desarrollando la percepción y la creatividad, de alguna manera lo que su hija demostró en vida, creatividad en todas sus formas. Adicionalmente es la glándula que segrega melatonina, que es la hormona del sueño, lo que imaginariamente luego del despertar de Eleonora cada 6 de septiembre, luego caería nuevamente en un dulce estado latente hasta el año entrante…
Y la musa renace y está presente en cada página escrita, en cada rincón conocido o imaginado por la magia del sentimiento y la emoción!
Corazón en las palabras, belleza en la acción transmitía la joven poeta de Unquillo…
Y así describía Eleonora, de esta manera, el sector de las sierras de Córdoba con el Pan de Azúcar de fondo…
“Estoy al pie
de las sierras chicas, pero lo suficientemente distante, como para poder
apreciarla en toda su majestuosa belleza. Se pierde hacia el norte y el sur, en
azules diáfanos, como si se sumergiese en el cielo asombrosamente luminoso de
Córdoba, y en cambio, frente a mí, como un desafío a la realidad, se eleva el
picacho liso del Pan de Azúcar – roca y paja brava – cortado como a cuchillo
sobre un fondo de nubes blancas y sólidas.
Bajando de
las cresterías, casi peladas, se suaviza el paisaje con valles boscosos, donde
se adivinan vertientes y arroyuelos bajo el verdor de los follajes. Y al
atardecer, el ondulado de estos valles que bajan desde las cumbres, se vuelve
misteriosamente azul violeta, como si la luz se hubiese quedado en suspenso, y
no se atreviese a develar tanta maravilla oculta bajo los bosques, tanto
cuchichear de aguas transparentes, tanto arrullarse de palomitas torcazas, tanto
volar, casi silencioso, de mil bichitos extraños que se lanzan al aire en busca
de sus amores o corren a refugiarse bajo las hojas que ya empiezan a perlarse
con el sereno de la tarde.
Cada quebrada
serrana es un sueño, una filigrana de pequeñas cosas deliciosas, cuya armonía
nos habla en secreto, confidencialmente.
A rinconcitos
umbrosos, con cuevas de rocas húmedas, donde surge algún pequeño manantial
entre musgos y helechos, con ranitas verdes o jaspeadas, grillos, arañitas de
agua que caminan sobre la líquida superficie sin mojarse, y mil cosas raras
más, donde a uno se le figura que viven hadas, o gnomos, que en cualquier
momento han de aparecérsele a uno y preguntarle qué desea, como si esto fuese
la cosa más natural del mundo”…