Fielmente hemos transcripto el contenido de dos diarios a bien
del lector. Extracto del libro “Guido Buffo y el Templo del Péndulo de Karina
Rodriguez y Gustavo Diaz.
«HA MUERTO HOY UNA ESCRITORA QUE NACIO EN CORDOBA»
Doña Leonor Allende, periodista, falleció esta mañana. Una gran
inteligencia. En la mañana de hoy ha fallecido doña Leonor Allende de Buffo.
Desaparece con ella la más interesante, acaso la única
personalidad de escritora que haya producido Córdoba. La tenaz dolencia que
minaba su organismo, la alejó en los últimos años de las tareas literarias, que
fueron el motivo de su consagración durante mucho tiempo y en las que obtuvo
legítimos triunfos. Cuando un concepto social estrecho relegaba a la mujer a la
vida del hogar Leonor Allende, consciente de su valer y con un concepto
superior a la platitud del medio, se dedicó al periodismo y pertenecía a la
redacción de los principales diarios cordobeses. Dueña de una inteligencia viva
y ágil, de un temperamento enriquecido por la cultura y de brillantes
condiciones de escritora ganó pronto un prestigio que atrajo para su producción
y su nombre, la simpatía pública. Su casamiento con el pintor Guido Buffo la
alejó de Córdoba. Esposa y madre ejemplar, las obligaciones afectivas no
extinguieron su amor a las letras. En Rosario primero y en Buenos Aires
después, siguió colaborando en diarios y revistas, a la vez que mantenía
vinculaciones en los mejores círculos intelectuales.
Escribió una novela Flavio
Solari, que mereció la acogida auspiciosa de la
crítica. Excelente escritora y gran mujer, la noticia de su muerte causará a
cuantos la conocieron o leyeron sus páginas, la congoja que produce la
desaparición de un noble y armonioso espíritu».
(Diario Córdoba, 24 de marzo de 1931).
LEONOR ALLENDE DE BUFFO
Escritora y periodista
«En este día recordaremos a una de nuestras personalidades
femeninas más vigorosas». Tenía predilección por las más altas especulaciones
del espíritu, cuya atracción la seducía.
«Hoy se cumple el primer aniversario de la muerte de Leonor
Allende de Buffo, la más interesante y completa, acaso la única personalidad
notable de escritora que haya producido Córdoba.
Tal afirmación, tendiente a señalar la jerarquía que le
corresponde en el medio donde nació y ejerció principalmente sus actividades
literarias, no importa reducir a una mera cotización local el valor y el
alcance de su obra. El nombre de Leonor Allende merece puesto de honor en el
elenco femenino de las letras nacionales, en noble competencia con los mejor calificados.
Raro y vigoroso temperamento de artista y de mujer, para encontrarle pares en
nuestro país hay que remontarse a Juana Manuela Gorriti o tener presente la
figura sugestiva de Raquel Camaña, con la que ofrece numerosos puntos de
similitud y de contacto. Díjose de ésta, en efecto, que nadie sentía más
hondamente como mujer ni pensaba menos con los prejuicios comunes a las
mujeres. El concepto puede aplicarse sin vacilaciones a Leonor Allende, cuya
existencia y cuya producción intelectual realizan ese dualismo indispensable,
como una imposición de la naturaleza, para la vitalidad de toda obra de
escritora.
AUTODIDACTA: Autodidacta extraordinaria, plasmó su mentalidad
al margen de la sugestión de maestros y consejeros. Todo lo que sabía lo sabía
por sí misma. Al hablar y al escribir expresaba ideas y juicios propios, con
frecuencia originalísimos y de una enjundia medulosa y vivaz. Su sólida
ilustración fue fruto exclusivo de su voluntad servida por una vocación
profunda y un vehemente deseo de salvar con entereza las encrucijadas morales y
materiales de la vida, en el afán de hacerla a ésta bella y consoladora. Espíritu
curioso, infatigable, ávido de investigación y de dominio, espigaba en todos
los campos de la cultura y el arte con una gran probidad y una sorprendente
virtud de asimilación. Siempre seducida por las más altas especulaciones,
sentía la atracción de los asuntos filosóficos y gustábale sondear los
misterios de la prehistoria, esclarecer el genio de las religiones.
Por eso se la veía con frecuencia disertar sobre temas nada
comunes en labios femeninos, sin petulancia ni ligereza, con la seguridad y
ponderación que
solo confieren «il lungo studio e il largo amore».
En los últimos años, los problemas sociales, políticos y
económicos engendrados por la guerra, despertaron su interés agudo y
penetrante. Se aproximó a ellos con su seriedad habitual, tratando de
interpretarlos y descubrir las nuevas directivas humanas. Su copioso
epistolario registra al respecto observaciones admirables, reveladoras de una
positiva aptitud para establecer el sentido de los acontecimientos y sus
ramificaciones.
Su niñez había disfrutado, en pródiga abundancia, de todos los
halagos que proporciona la fortuna. Jamás los echó de menos. Tenían ellos en su
recuerdo silencioso ese valor de sueño que representa para los espíritus
fuertes la evocación de la infancia irremediablemente desvanecida. Lo que hizo
sus delicias de niña, no colmaba sus anhelos de mujer. Porque la riqueza real
estaba en el oro purísimo de su temperamento; y así pudo encontrarse a sí misma
y sentirse gananciosa al cambiar aquellos halagos frívolos por el goce moral
que produce la propia vida dueña de una personalidad y de un destino.
COMO ERA ELLA: Cuando un concepto social estrecho y absurdo relegaba
la acción de la mujer a los lindes del hogar, y aun se miraba con recelo la
concurrencia a las escuelas normales, Leonor Allende sobrepasó todos los
prejuicios y en un solo gesto impuso los derechos de su inteligencia.
Había leído mucho, pensado más y sabíase capaz de escribir. Su
afición literaria manifestábase en páginas inéditas. Quería y tenía necesidad
de trabajar. ¿En qué? La respuesta huelga: en lo que mejor se adecuaba a su capacidad
y sus gustos. Fue la primera mujer que en Córdoba ejerció el periodismo —el periodismo
activo y militante, con diarias obligaciones y con sueldo fijo... aunque a
veces nominal por imperio de las circunstancias.
La vieja ciudad meticulosa y desconfiada, ahíta de dogmas y
anatemas, no salía de su asombro. Apenas si recordaba —fuera del santo heroísmo
de sus fundadoras de conventos, doña Leonor de Tejeda, doña Saturnina Rodríguez
y otras— la hazaña de María Eugenia Echenique, quien había mandado desde su
casa artículos que publicó El Eco de
Córdoba. Pero bien pronto debió rendirse la
ciudad, ante la evidencia que doblaba triunfalmente a todos los temores: Leonor
Allende seguía siendo la «señorita» bien conocida, digna a justo título del
respeto y el afecto unánimes.
El suyo fue el triunfo de una mujer sobre un espíritu colectivo
con arraigos de siglo. Inicióse en La
Libertad, en los días inolvidables de la dirección
de Pedro N. Arias. Pasó luego a La
Voz del Interior y posteriormente colaboró con algunas alternativas
en Justicia y La Verdad.
Nos parece verla —la estamos viendo— llegar a la redacción cada
tarde, con el paso lento, el vestido sencillo y desprovisto de toda gala,
sonriente sin afectación y sin coquetería. Hacíase querer como compañera y
hacíase respetar como mujer, todo dentro de una espontaneidad simpática que era
irradiación incontenible de su ser moral.
Llenaba fácilmente las cuartillas con su letra menuda y prieta.
Escribía sobre diversos tópicos, más allá de la «crónica»: notas
bibliográficas, comentarios sobre exposiciones y conciertos, críticas
teatrales, sueltos de actualidad. Y cumplida la obligación del día, se
incorporaba a la tertulia típica de la casa, en cuyo animado desorden ponía la
nota amable de su discreción y gentileza.
SU PRODUCCION: El nombre de Leonor Allende se hizo familiar a los
lectores de todo el país. Su frecuente colaboración en diarios y revistas de
Buenos Aires, mereció el elogio de maestros como Groussac, Rodríguez Larreta y
Correa Luna.
En 1907 publicó su primer libro, Flavio Solari, y
en 1912, el segundo Don Juan Ramón Zevallos. Son
dos novelas de distinto carácter, pero igualmente reveladoras del talento literario de Leonor y de su
destreza para el análisis psicológico. El estilo es claro, limpio, insinuante, de una flexibilidad
suelta en los giros y de
una austera sobriedad en las imágenes.
Las palabras tienen por sí solas fuerza y colorido. Sin embargo, ensayos dispersos en
diferentes publicaciones, guardan, a nuestro juicio, los más hermosos valores de su producción: como
asimismo sus
cartas, que reunidas en volumen nos brindarían un libro sin igual en su género dentro de la literatura argentina.
Sabemos que a esta tarea se encuentra consagrado con fervor el que fuera su gran compañero; y es de
desear que ella sea facilitada
por quienes mantuvieron correspondencia epistolar con la escritora.
ESPOSA Y MADRE: Y llegamos a su última página, sin duda la más
bella y sugerente, porque probó cómo era cierto que la actividad intelectual no
había secado en Leonor Allende la fuente inagotable de su corazón de mujer.
Su matrimonio con don Guido Buffo —artista y educador de reales
méritos— la convirtió en señora de un hogar de ejemplarísimas virtudes; y el
nacimiento de su única hija —considerada a justo título por ella, su mejor obra—
creó a su conciencia de madre, obligaciones sagradas. Púsose en todo lo que
ella era —espíritu y carne— a educar y perfeccionar aquel fruto de su carne en
el que quería renovar y magnificar su propio luminoso espíritu.
Desde entonces sólo escribía para agradar a su marido y a su
hija. «Un triple tesoro querría para ti», lleva por título un cuaderno íntimo
en el que anotaba episodios y reflexiones relacionados con la pequeña Leonor.
Sirvan estas hojas de sincero homenaje a la memoria de la culta
escritora, de la compañera gentil y delicada —de la señora Leonor, de la señora
de Buffo— que supo conciliar en su personalidad estos dones, cada uno de los cuales
puede ennoblecer una vida: el talento, la discreción y la ternura.»
(Diario La Voz del
Interior, 24 de marzo de 1932).
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