Comentábamos en un capítulo
anterior la relación de Guido Buffo con la naturaleza, fue entre unas rocas
donde halló un ejemplar de Isondú, de
24 milímetros, lo conservó cautivado por su belleza, observando durante las
noches cómo se encendían sus luces de color verde y rubí. Mientras lo estudió,
realizó numerosas ilustraciones y descripciones que publicó en el Monitor de la
Educación, obsequiando posteriormente al isondú
al Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia.
No fue esa la única donación
realizada, posteriormente el 21 de enero de 1945 en su propiedad ubicada en Unquillo, recolectó por vez primera en nuestro
país un ejemplar etiquetado como Eumops
sp. – Eumops dabbenei (especie de murciélago de la familia Molossidae) - que pertenece a la
Colección Nacional de Mastozoología, del mismo museo, con el número MACN 49.79,
era un macho subadulto que se encuentra conservado en fluido.
Con el tiempo Guido Buffo a
través de la observación y la
experimentación en contacto directo con la naturaleza transmitió - como excelente pedagogo - que es la mejor
forma de aprender y desarrollar las capacidades de estudio. Aplicándolo en bocetos de construcciones arquitectónicas
extraídas de esta; publicándolas luego en su libro
“La Educación Estética”.
Cabe señalar que se basó en el
cardo santo para la construcción de la Capilla-Templo, en los caracoles para su
acústica, y en el número dorado o áureo para plasmar su críptico mensaje final,
unificando como lo hicieron los grandes maestros a la naturaleza con la
espiritualidad, pero esta es otra historia…que contamos en el libro “El Templo de la Transformación”.
Dibujo de seguimiento de la apertura de las hojas de una planta realizada por Guido Buffo